La Quinta de Vaz Ferreira

Casa de la Quinta Vaz Ferreira

Sobre la calle Carlos Vaz Ferreira 3610 del  barrio Atahualpa de Montevideo, entre un tupido y extenso jardín agreste, se ubica  la antigua casa quinta del filósofo y educador que dio nombre a la calle. Data de 1918 y fue declarada junto con el mobiliario del interior Monumento Histórico Nacional.

Carlos Vaz Ferreira vivió en esta casa con su esposa Elvira Raimondi y sus ocho hijos. Los actuales propietarios son sus nietos y bisnietos, que tras la muerte del intelectual impulsaron la protección del patrimonio. La casa dejó de ser vivienda familiar y se están llevando a cabo diversos proyectos para convertir el recinto en museo y centro cultural, aunque por el momento solo permanece abierta al público en el Día del Patrimonio.

La casa de la Quinta

Se trata de una edificación de dos pisos que ocupa 630 metros cuadrados, pero solo la planta baja está abierta a las visitas. La construcción estuvo a cargo del arquitecto Alberto Reborati y el diseño del interior es obra del pintor Milo Beretta, quien siguió fielmente la línea de su maestro Pedro Figari.

La Quinta de Faz Ferreira no solo cobra importancia por la trascendencia de su antiguo dueño, sino que ofrece por sí misma un testimonio de la vida montevideana de los años 20. Diseños sencillos, muebles funcionales, escasos ornamentos y de muy buena calidad hacen al estilo de la casa, alineado siempre con la propuesta de Figari y con la Escuela de Artes y Oficios donde el pintor enseñaba su arte.

Las habitaciones restauradas que se pueden visitar son cinco: el hall, el escritorio y sala de música de Carlos Vaz Ferreira, la sala de su hermana, la poetisa María Eugenia, el comedor y la sala de recibimiento de su esposa.

En el hall ya se puede apreciar la peculiaridad de esta casa: una esterilla hace de lambriz, mesas y sillas de robe y cardo, el empapelado y un vitral con dibujos de la fauna autóctona sobre la puerta, nos introducen en un ambiente exótico.

La primera sala a la derecha es la sala de recibimiento de Elvira Raimondi: se trata de un ambiente cálido, cubierto de telas, paneles y lámparas con mostacillas. Le sigue la sala de María Eugenia Vaz Ferreira, donde se exhiben manuscritos de la poetisa, su escritorio y su piano, entre otros objetos personales.

Biblioteca de Carlos Vaz FerreiraEn frente a estas dos pequeñas salas se encuentra la sala de música y el escritorio de Carlos Vaz Ferreira, donde se conserva además la extensa biblioteca del filósofo, varios equipos de música y otros muebles originales. El protagonista de esta sala es el cielorraso, que exhibe una pintura de Beretta de motivos indígenas. Por esta sala pasaron reconocidos músicos de la época y fue escenario de reuniones y largas veladas.

Al final del hall, se accede al comedor. Allí una mesa grande ocupa casi todo el ambiente, con sillas diseño bien simple y originales lámparas que dan el toque decorativo. Desde los amplios ventanales del comedor ya se puede apreciar el famoso jardín.

Comedor de la Quinta Vaz Ferreira

El jardín de la Quinta

Si bien no está permitido el ingreso a la segunda planta, el recorrido por la Quinta no termina en el comedor, el predio incluye 3.969 metros cuadrados de jardín. La familia Vaz Ferreira mantuvo la vegetación que ya existía cuando compraron el predio, y añadieron nuevas especies autóctonas y extranjeras para que crecieran a su antojo. El jardín se mantuvo solo interviniendo para controlar las especies invasoras, no se colocaron guías ni se podaron los árboles durante muchos años.

Solo el jardín de flores de Elvira Raimondi está cercado y organizado en canteros. Allí se pueden ver jazmines, rosas, magnolias, violetas, lilas y otras tantas variedades.

Jardín de la Quinta Vaz Ferreira

En la época en que vivió la familia, había variedad de pájaros nativos y exóticos en cuatro pajareras, un estanque con peces, y un gallinero donde criaron gallos ingleses. Carlos Vaz Ferreira era un conocedor y estudioso de la naturaleza y exhortaba a sus hijos a hacer lo mismo.

Actualmente, este inusual jardín se mantiene con las mismas reglas de su creador, haciendo pequeñas intervenciones, podando solo cuando es indispensable: un grueso tronco de olivo atraviesa uno de los senderos y obliga a los visitantes a pasar agachados.